lunes, 27 de junio de 2011

La tristeza es un don...

Lo dijo Mario Benedetti y lo abrazo. Como tantas veces al leer sus palabras. Porque cada vez todo está claro, la tristeza como don hay que aceptarla, como se acepta, digamos, tener una voz para cantar; o aceptar esa afinidad que se tiene por las palabras, el don de poder juntarlas y decir con ellas lo que se quiera. La tristeza como don está allí, cercana y silente, haciendo guiños todos los días, saliendo de su muro de sombras o nostalgias o melancolías o recuerdos para llenarnos de dolores de pecho y rincones oscuros y nudos en la garganta.

Como cualquier don, la tristeza aparece cuando menos se la espera convertida
en canción,
en tarde gris y lluviosa,
en hojas que caen,
en mirada despiadada,
en silencio impenetrable
en ganas de ser lo que no sos
o no ser lo que otros quieren

y así

hasta parecer otra persona,
feliz de tener el don de la tristeza.

sábado, 25 de junio de 2011

Querido tú:

No sé qué será de tu vida. De repente y sin avisar me dejaste afuera. Pero no afuera como un simulacro o escaramuza, afuera como gata en la lluvia; con la cola entre las patas, la mirada triste y melancólica.
Sabrás que, cual gata, soy necia; te voy a seguir queriendo y buscando aunque me tirés para afuera en la lluvia -suerte que tengo 7 vidas, ¿verdad?-. Resulta que yo no te puedo dejar de querer así de fácil. Resulta que, después de 10 años, te alojaste en alguna parte de mi corazón, cerebro, vida o como querrás llamarle al lugar en el que estás alojado, de donde salís en cada pensamiento, en cada momento del que quiero hacerte parte.
Entiendo que probablemente yo tengo la mitad de culpa de que todo esto esté pasando. Entiendo que te decepcioné, que dejaste de confiar en mí. Entiendo que mi posición de señora bien no me deja participar en tu vida como los dos hubiéramos querido. Yo sé. Tendríamos que habernos conocido antes, cuando yo iba por la vida como un animalito mudo y juguetón, cuando salía de la casa en shorts y tenis a la hora que me daba la gana para hacer lo que me diera la gana. Hace tantos años, que ya no puedo recordarlo. Hace tantos años, que algo me duele adentro. Hubieran sido tiempos felices, de verdad. Aunque en ese momento vos probablemente andabas jugando algún jueguito de niños y entonces hubieras sido el que no hubiera podido participar.

Podría seguir todo el día profesándote mi amor y así, mucho más con este día gris que se presta perfecto para el lamento y melancolía, pero se me está trabando algo en la garganta que no me deja respirar -ya sabés cómo soy para estas cosas-. Solo quería decirte eso o esto o como sea.

Inevitablemente te quiero y ese querer ha sido tan de años y domesticado que ya sos parte de mi vida.

Y sí, te quiero como sos.



domingo, 12 de junio de 2011

Este post estaba supuesto a llamarse "Estas botas se gastaron en NY". Pero no tengo una foto de las botas. Así que llamémosle Sin Título.

Comprobado científicamente: a mí no deberían dejarme viajar sola, ya me había pasado en México, tragedia, tras tragedia. No deberían, mucho menos dejarme viajar sola con mi hija adolescente; soy desorganizada, descuidada, hago cosas que normalmente no haría. La gente se aprovecha de mí. Como el hombre que nos llevó del aeropuerto en Nueva York, me estafó vilmente 180 dólares, y todavía osó dejarme tirada con mi muchachita a dos cuadras del hotel a media noche. Menos mal que ubicada sí soy y que me había aprendido de memoria los google maps.

Obviando un poco los despistes y los clichés -que también hay que visitarlos, no hay que discriminar, los clichés también tienen sus corazoncitos- Nueva York resulta una ciudad que te hace explotar el cerebro: la gente, las calles, el metro, los edificios, el art deco, el Soho, Greenwich Village, los barrios, los museos. ¡Los museos!

Sí, quedate en un hotel pequeño en una zona residencial en la 94 y salí a caminar al atardecer (en esta época atardece a las 8 y 30 de la noche), comprá Skittles de todos los colores en los kioskitos de la esquina -hay uno en cada cuadra-, seguramente vas a encontrar al papá con el niño jugando pelota en una calle y el niño se va a asustar por un pleito de chuchos, metete a cenar en el deli de la esquina, en donde va a resultar que todos hablan español y en donde compartís la mesa con la pareja medio callada que seguramente viene de trabajar.

Levantate temprano y salí a las 7 am, hay gente paseando perros por todos lados, gente con sus bolsitas y sus palitas para recoger la caca -en NY no hay caca de chuchos en las calles ni en los parques, ni en ningún lado-, hay gente corriendo aunque haga frío, hay gente con sus niños en coches, hay gente caminando, miles de gentes para todos lados.


Eso sí, miles de gentes que siempre parecen tener prisa.




Entrarás a un Starbucks a comprar la marca, sí, el café es el mismo, pero sentate en medio de la gente de todo tipo, el chero trajeado, la bicha rara, la negra gorda con su amiga en silencio, toda la gente allí. Y a vos te va a dar pena hablar con tu hija, porque allí nadie habla, todos se ven bien ocupados o ensímismados.




Atravesá el Central Park para ir a tomar un bus enfrente de Mount Sinai Hospital -El BxM11- Allí seguramente pasarás largos minutos viendo entrar y salir gente, gente de verdad con enfermedades reales, con golpes reales, heridas reales; no como los de las películas que son actores o extras. Finalmente, cuando el bus BxM11 no aparezca y estés con tu hija muriéndote del frío, llama un taxi, este no va a ser tan caro ni el hombre tan malo como el de la primera noche. Este hombre va a ser visiblemente latino, pero te va a hablar en inglés todo el tiempo, aunque vos seas visiblemente latina también. El se va a avergonzar de sus raíces y vos vas a respetar eso. Perdete un atardecer en el Bronx a la salida de un famosísimo zoológico. Perdete buscando un taxi, caminá varias cuadras haciendo chistes y riéndote de todo para que tu hija adolescente no se dé cuenta y agarrala más fuerte de la mano cuando tipos extraños pasen cerca. 

Perderte una tarde en el Bronx, va a ser de mucha utilidad para varias cosas: practicar tu inglés con cada transeúnte al que le preguntarás en donde conseguir un taxi, conocer la estación de tren, perder el miedo de entrar a una gasolinera como de película de gansta, aprender finalmente que en el Bronx los taxis son negros y no amarillos -por eso será que no verás ni uno por ninguna parte-.

Perderte en el Bronx te servirá también para aprender que hay gente buena, sí, en Nueva York; como el cubano que se detendrá cuando le preguntés dónde encontrar un taxi y cuando te oiga hablarle en español a tu hija te hablará en español él mismo y no solo eso, te pedirá un taxi desde su celular y le pedirá al taxi que llegué allí, exactamente a esa esquina y seguirá su camino como si nada y el taxi va a llegar en menos de dos minutos y el taxista (visiblemente latino) te va a hablar en español también y te va a llevar -por menos de la mitad de lo que te cobró el taxi amarillo- hasta la puerta del hotel, pasando por Riverside Drive en donde tendrás unas vistas impresionantes del Río Hudson y Riverside Park.

Después de varias experiencia, buenas y malas, con taxistas; seguramente al tercer día de estar en Nueva York no querrás seguir pagando taxis y, cual turista salvadoreña que sos, bajarás a las intrincadas fauces del temido, mítico y hollywoodense Metro de Nueva York. El cual será igualito que el de las películas, pero va a ser por mucho una de las cosas que más te va a gustar. La gente va de prisa también, las puertas se abre y cierran en cada estación: 86, 79, 72 y así; gente que entra y sale, gente que no habla con nadie, gente en silencio y con prisa, gente de todos los orígenes, gente de todas las razas, de todas las edades. Andar en el Metro es fácil, porque Manhatan es cuadriculado, no hay donde perderse, la 42 es la estación para Time Square. Por alguna razón es bueno saberlo.

Y, bueno, querrás visitar los museos. Los museos sobre cualquier cosa. La 5ta avenida, la que corre paralela al Central Park está llena de museos, The Museum Mile le llaman, y a decir verdad es el paraíso: el Met, el Museo de Nueva York, el Guggenheim, Museo del Barrio, Frick Collection, Museo Judío; uno podría pasar en esa calle todo el viaje, de verdad. Uno podría pasar en el MET unos dos días y no terminar de verlo, es una locura, es la historia del arte vuelta museo.

 No sé cómo explicar lo que se puede sentir allí. Los techos altos, los claroscuros, el sol entrando por las claraboyas, el sol de la tarde cayendo sobre las esculturas romanas, el silencio de los salones renacentistas. 


El silencio de todo. las sombras de todo. La historia de todo.






El MoMA no queda en esa calle, queda en la cincuentaytantos, atrás de Rockefeller Center por si después uno quiere irse a confundir con la masa de turistas que se toman fotos con las banderas (sí, yo lo hice). Al MoMA lo habrás soñado, lo habrás admirado en internet. Uno sabe lo que tiene ese museo, uno se imagina, pero no, no es así, no es como uno se imagina.



Llegarás a la cola del MoMA el día más frío de tu estadía en Nueva York, hará aproximadamente 5 grados. Pagarás diez dólares menos de lo que pagaste por subir al Empire State y obtendrás emociones más perdurables para tu vida.

El MoMA es un descubrimiento. Es encontrarte a tus artistas favoritos cara a cara. Es un laberinto interminable de sorpresas, de trazos, de colores, de texturas. Es un laberinto interminable de salones, uno conectado con el otro, salones que parecen no tener final nunca y siempre una sorpresa a cada vuelta y cada vez más fuerte y cada vez más in-crescendo. Al final, querrás llorar y lo harás al encontrarte a Degas con sus bailarinas, a Van Gogh con su Starry Night, a Picasso y las Demoiselles d'Avignon. 
Miró, Pollock, Matisse, Chagall, Braque, Monet, Mondrian, Wharhol, Klimt; usté nómbrelo y allí está.

Uno no debería morirse sin ir al MoMA. Así debería ser.

No querrás pasar por NuevaYork sin ser un cliché. Entonces visitarás el Empire State, cuesta solo 15 dólares por persona y se hace una cola como de dos horas. Al llegar a piso 86 estarás tan cansada que de seguro vas a odiar el edificio, la vista y a Nueva York. También pasarás varias veces por Times Square, muchas veces, y lo harás con miedo de que la bichita se vaya perdida en una de esas turbas, y te sentirás en medio de una película de ciencia ficción y habrá luces y teatros y gente y más gente y te sentirás tan mareada de tanto, que probablemete te den ganas de vomitar, o al menos de salir corriendo a un lugar más civilizado. No podrás irte sin visitar el Museo de Cera, la cola también es como de dos horas y cuesta como 24 dólares por persona -sí señores, como lo oyeron-, pero nada de eso importa al ver la felicidad de tu hija adolescente tomándose una foto a la par de Justin Bieber.  Y bueno, la Estatua de la Libertad también es un tour barato con viaje por la bahía, río, mar o lo que sea.

Y como esto ya resultó demasiado largo, me he tardado más de un día en escribirlo y me ha costado un mundo diagramarlo, dejo para otro día la historia del Central Park y los cerezos, la incursión a Harlem, la Universidad de Columbia y todos esos lares y la tarde en que nos escapamos a morir de frío intentando tomar un tour a Brooklyn, el que, obviamente nunca hicimos.

Fin.

miércoles, 8 de junio de 2011

Hace 20 años

Era sábado
y mi vida dio
cuatro vueltas
quisiera volver
a revivir esa noche
para deshacer
una de las cuatro