viernes, 26 de agosto de 2011

Ahora que la guerra es otra.

Habré estado a principios de mis veintes o antes. Fue en esos días en que todo El Salvador tembló, lloró, se preguntó, sufrió; en esos días en que muchos tuvimos que salir de nuestras casas movidos por el miedo, las balas, las bombas, las preguntas. Movidos por la Ofensiva Final, ese noviembre que no fue. Y es tan cierto y tanto amor le tuve a mi música siempre, que antes de recoger ropa, objetos de valor o lo que fuera, guardé mis cassettes en una mochila: Los Enanitos Verdes, el Concierto de Piano de Tchaivkosky, la novena de Beethoven, Duncan Duh. Facundo Cabral.

Facundo Cabral fue importante para muchos que fuimos adolescentes y jóvenes en plena guerra. Oír sus canciones, pero principalmente sus monólogos, me daba paz, me hacía creer que había esperanza en medio de todo aquello y que de alguna manera contestaba las preguntas que yo no le podía hacer a nadie.

Facundo Cabral me salvó de la tristeza de la guerra. Eso es todo. Mientras caían las bombas y sonaban las balas yo soñaba que algún día iba a tener un hijo para cantarle esta canción:

No crezca mi niño, no crezca jamás
los grandes al mundo le hacen mucho mal.

El hombre ambiciona cada día más
y pierde el camino por querer volar.

Vuele bajo porque abajo
está la verdad
esto es algo que los hombres
no aprenden jamás.

Por correr el hombre no puede pensar
que ni el mismo sabe para dónde va.

Siga siendo niño y en paz dormirá
sin guerras ni maquinas de calcular.

Vuele bajo...

Dios quiera que el hombre pudiera volver
a ser niño un dia para comprender
que está equivocado si piensa encontrar
con una escopeta la felicidad...

Vuele bajo...

Y por suerte no tuve uno, si no tres hijos para cantárselas. Tres hijos que me vieron llorar desconsolada la mañana de ese sábado 9 de julio, mientras oía por enésima vez Vuele Bajo, Está la Puerta Abierta y muchas otras canciones que le seguirán dando sentido a mi vida ahora que la guerra es otra.

Le debía tanto este post a Facundo.



miércoles, 17 de agosto de 2011

El supuesto mejor amigo, probablemente no lo es.

Oiga usted! La persona en la que confía, a la que le cuenta sus secretos, sus cosas más privadas; probablemente es la persona equivocada. Mire que usted comparte su vida con la ingenua ilusión de que en el fondo el otro también se alegra por su felicidad, por su buena suerte, por sus logros. Pero no, el otro no se alegra. Le da envidia, se retuerce en su podredumbre fingiendo una sonrisa, una palmadita en la espalda, un "qué bien, me alegro por vos..." Y mientras usted se queda pensando que qué bueno tener un amigo así, el amigo le está revelando a la persona menos indicada su secreto, a la persona que al saberlo desbarataría todos sus planes.

Usted se va a quedar esperando toda la vida sin saber qué pasó.

Lo que pasó, amiguito, es que su supuesto mejor amigo probablemente no lo es. Para la próxima -esta ya ni modo- fíjese bien en quién confía.

martes, 2 de agosto de 2011

Facebook ha hecho al menos algo maravilloso

Lo repito: odio la nueva modalidad de FB en que los mensajes se convierten en chat y el chat queda grabado como mensaje. No entiendo qué sentido tiene. Pero en fin, con estas nuevas modalidades todos los mensajes, TODOS -¿entienden?- que uno ha compartido con la gente en Facebook ahora aparecen como parte de una misma cadena. De esta manera, sin oficio como me encuentro, con algunos he llegado hasta finales del 2007. Da miedo.

En medio de todo eso me encontré este texto que escribí el 13 de septiembre de 2008 y se lo mandé a Miguel Molina:


Durante tres mil seiscientos noventa y dos días Narciso y Lily se miraron a los ojos y sus corazones sonrieron sin parar. Era una extraña condición, por cierto, ya que por alguna razón poderosa e inescrutable aquellos dos corazones intercambiaban emociones incapaces de salir al exterior, de convertirse en sonrisas verdaderas en los labios verdaderos de sus rostros. El primer día de los tres mil seiscientos noventa y dos días, llovía suavecito con gotas casi dibujadas, tan leves que parecía que se las llevaba el viento. Lily caminaba por una esquina cualquiera mirando para abajo como siempre, como si buscara algo que se le había caído al suelo, como si nunca lo encontrara. El frío le hizo cruzar los brazos y el suéter sobre el pecho y buscar en el café más cercano un chocolate con leche y malvaviscos flotantes y esponjosos. Atrás del chocolate se encontró a Narciso que la miró por primera vez con sus profundos ojos de playa caribeña, mientras su corazón palpitaba en un allegro de violines en E Mayor. Ella le correspondió desparramando su mirada de miel por todo el local y un corazón que latió en un galopante sostenido de guitarra, propio del mismísimo Carlos Santana.

“Tenés un bigote de chocolate” dijo él, sonriendo cada vez más dentro.
“¿De qué más podría ser?” contestó Lily, lamiendo cualquier rastro de sonrisa en sus labios.
“Parecés del tipo que sabe cómo y cuando disfrutar un buen chocolate caliente y distinguir el olor del café recién hecho” dijo Narciso, sin saber que estaba pactando un contrato que duraría tantas miradas, cafés recién hechos, pasteles de queso con jalea de fresa, matrimonios hasta que la muerte los separe, abrazos sinceros, hijos queriendo y besos sin querer, lágrimas de mentira y de verdad, escaramuzas de abandono; y en medio de todo, tanta sonrisa del corazón.


Al principio no podía creer que la había escrito yo. No tiene mi estilo. Pero sí, la escribí yo y me encantó. Parece que no tiene final. Como todo en mi vida.

Gracias Facebook, te debo una.