domingo, 22 de septiembre de 2013

He pecado: No tengo microondas.

Mis compañeros de trabajo se escandalizaron esta semana al enterarse de que yo no tengo microondas. Es imposible de creer, según ellos. Por sus reacciones, sentí que es casi pecado. La verdad es que, en mis años de casada, tuve dos, y cuando el segundo se arruinó, llegué a la conclusión de que para lo único que me servía era para calentar agua para té y sobras, de vez en cuando. El agua la puedo hervir en la cocina, las sobras las puedo calentar allí también. Y si nos ponemos a pensar, y somos realistas: todo lo que se hace en el microondas, el hornito, la tostadora y la sandwichera; se puede hacer en la cocina, y de paso, gastando menos energía eléctrica... Todas esas cosas pequeñas chupan un montón de energía, saben... Y si agregamos todos los demás implementos de cocina: procesadores de alimentos, ollas arroceras, ollas de presión, saca jugos, cafeteras, etc.; tampoco se necesitan. Yo las tuve, créanme. Y para mí es más fácil agarrar un cuchillo y picar las verduras que armar el procesador de verduras con las consecuentes molestias de su lavado.

El chiste del microondas duró alrededor de media hora en mi oficina.

Y el chiste me llevó a pensar en la cantidad de cosas que compramos y consumimos que no necesitamos. Siendo realista, verdaderamente realistas, probablemente el 70 por ciento de las cosas que tenemos no las necesitamos. ¿El iPad? ¿El Kindle? ¿El iPod? ¿Tres computadoras en la casa? ¿Dos carros en una casa de 5 personas? ¿20 pares de zapatos? ¿Un televisor en cada cuarto? Ustedes solo piénsenlo y díganlo y no se necesita.

Dice Pablo Lezama en su artículo "¿Valoramos más el consumo material que el consumo cultural?" que "despilfarrar no es lo que hacen las ciudades más maduras", porque "han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales." El Salvador está muy lejos de eso. Cuánto más tenemos somos mejores personas, parecemos decir... Yo tengo dos salas, dos terrazas y un montón de muebles que nunca se ocupan. ¿Eso habla bien de mí, de mí como persona? La señora que trabaja en mi casa no ha dudado ni un momento en "enhuevarse" para poder tener un TV plasma. Tener "prometida" la cuarta parte de su sueldo todos los meses ¿la convierte en mejor ser humano? ¿No sería ella la misma persona si siguiera viendo sus programas favoritos en el televisor equis?


"Hemos perdido la noción de valor, de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio... Y hemos convertido todo en precio..." Dice Joan Melé en este video, que si tienen 16 minutos libres, les invito a ver:


Es más importante el uso consciente del dinero que nos dejen votar, dice en alguna parte Melé. Y si se ponen a pensar en esto: compramos porque tenemos con qué y a medida que tenemos más, creemos necesitar más. Hubo un momento en mi vida que yo creí necesitar vasos en cantidades de doce: 12 copas de vino, 12 vasos para whisky, 12 vasos para cócteles... Allí están guardados, saben. Nunca los he ocupado todos, ni siquiera las 12 copas para vino al mismo tiempo.

Tener cosas nos da una felicidad momentánea ¿verdad? ¿Pero qué pasa después de eso? ¿En dónde queda lo buena persona que soy, mi intelecto, mi simpatía, mi cultura? ¿En donde quedo yo como persona, como ser humano?

En Holanda, uno de los países más avanzados cultural e intelectualmente de Europa; hay 16 millones de habitantes, los cuales se desplazan en 18 millones de bicicletas. Jóvenes, viejos, ricos, pobres, mujeres, niños; todos viajan en bicicleta. Hay 1.125 por persona. Y esto significa que el exitoso presidente de la empresa multinacional se cruza en la esquina todos los días con, digamos, el panadero. ¿Loco verdad? Es otra cultura en donde los valores ya trascendieron esas tonteras de "soy lo que tengo". Por si no me creen lo que les digo, aquí hay un interesante artículo (que incluye un video).

En fin, estuve pensando todo esto esta semana y se me dio la gana de escribir al respecto, ya que tengo más de tres meses de no escribir aquí.

Y eso es todo, amigos. Piénsenlo. Hagan el recuento. ¿Cuántas cosas tienen que no necesitan para vivir? Para vivir, digo.