miércoles, 23 de enero de 2013

No sos vos, soy yo.

Todo empezó por fijación extrema al recuerdo de los olores felices de la infancia. Un poco a la ceremonia esa de despertar y sentir, saberse seguro dentro del abrazo cálido de una casa. Saber que allí estaba el papá en alguna parte, adivinarlo solo por los olores del desayuno que invadían todo el espacio. Así empezó todo, supongo, entiendo.

Te conocí a los veinte años, o más. Sin adivinar, sin imaginar que me ibas a arrastrar apasionada y queriéndote más cada día de mi vida. Te conocí despacio, sin saber de todas las mañanas y las ceremonias que iba a inventar para mí misma, para aferrarme a esos recuerdos felices y saberme segura dentro del abrazo cálido de otra casa, de otra historia, de otra necesidad imperativa de pertenecer a alguna parte. Y entonces, cada abrir los ojos y saberte allí tan cerca, siempre a la mano para validar el rito, para perpetuar el recuerdo de otros despertares, tal vez felices.

No sé qué pasó que nos complementamos tanto. No sé qué caminos me llevaron a no poder estar sin vos, sin tu olor, sin tu calor, sin tu implacable compañía haciéndome daño en silencio, poco a poco, como todos esos amores enfermos e inevitables.

Has quebrantado una parte de mí, eso es obvio, no necesito otro doctor que lo confirme. En este momento te amo y te odio tanto como cabe en cada una de esas palabras. Tengo que dejarte. Y quiero que quede claro que no es por vos. Soy yo, el lamentable y patético ser débil que no solía ser. Tal vez en algún momento de nuestras vidas podamos volver a juntarnos en una mesa, mientras el sol entra calientito por alguna ventana.

Mientras tanto, esto es todo.

No creo poder volver a decir que el café es una de las cosas que más me gustan en la vida.

sábado, 19 de enero de 2013

Pensamientos de un sábado en la mañana cuando el paisaje luce de otro modo.

El año va atropellándome. Entre que estoy dando clases en la Mónica, el niño que se quebró el brazo, el trabajo, las campañas, las evaluaciones, los dos libro que estoy leyendo, las amistades que vienen y que van; de repente pasaron 19 días del año y sigo con la ilusión de lograr alcanzar las metas que nunca me propongo.

En general -y con contadas excepciones-, creo que lo único que todos perseguimos es ser mejores personas. Comer mejor, dormir mejor, hacer una milésima de ejercicio, dedicarle más tiempo a la familia, ser un empleado modelo en el trabajo... Pero, entre una y otra cosa, se termina no haciendo nada y echándole la culpa al tiempo que no se tiene. Nada peor que eso, dice mi libro, porque si no te organizás en la vida, obvio, nunca vas a hacer nada. Lo hablábamos anoche con un amigo, en medio de un café descafeinado y deslactosado y el viento que no dejaba en paz a mi pelo suelto y colochísimo: tenés que hacer que las cosas pasen, me dijo, o algo así o parecido... Y entonces me sonó como a slogan de Nike:

JUST DO IT.

Suena fácil.

Una cosa a la vez, me dijo otra amiga. Supongo que es lo más obvio, lo más sano. Si no, te vas a volver loca. Me dijo. Tiene razón. Empezando con pequeñas cosas, como no decir que sí a todo, robándole tiempo a mis hijos, que casi no veo. Como no conectarme a las redes en la noche y dedicarle más tiempo  al hijo con el que menos hablo porque es bien callado y descubrir que sí, que habla un montón y que tiene muchas cosas que contarme. Como dedicarle tiempo al jardín de hierbas aromáticas que está por allí tirado. Dormir hasta que me duela la espalda. No tomar el tiempo como si se fuera a acabar y al final no hacer nada. Tomar menos café. Hacer que las cosas pasen.

No son propósitos porque nunca he creído en eso.

Solo son pensamientos de un sábado en la mañana cuando mi paisaje luce de otro modo y tengo un poco de tiempo para pensar en mí misma.