martes, 22 de noviembre de 2016

Todas esas historias que escribimos y las que no

Cuando era pequeña quería ser trapecista.

Así comienza la historia de mi vida y me encanta contarla y ejemplificarla cuando me presento en mis clases o talleres, y cómo de eso pasé a ser lo que soy ahora. A hacer lo que hago ahora.

Pensaba en eso hoy, hace un momento. Y pensaba en lo interesante, en lo infinito que tiene cada una de nuestras historias (ajá, es algo para contarlo en un taller de Storytelling), la capacidad "elástica" de expandirse de cada uno de los momentos que podemos contar.

Tomemos como ejemplo este relato que escribí para @NonGirlyBlue hace casi tres años 


















Digamos que la primera historia es la no-historia de esta mujer o ser o como quieran llamarle; que no es más que una copia de sí misma que se repite una y otra vez hasta cuando me duró el trance de la canción que lo inspiró. El segundo componente paralelo es  -precisamente- la hora -o más- en la que todos mis sentidos fueron suspendidos por la cadencia electrónica de la melodía -Copy of A, como verán- Estaba en la oficina, eran alrededor de las 6 de la tarde, estaba pasando por un momento difícil y decisivo de mi vida, tenía que presentar una campaña importante al día siguiente, era lunes y "mañana" cumplía años. Así, sin más, escribí como enajenada por una hora con la canción en repeat y audífonos. La tercera historia tiene que ver con mi cumpleaños. Mientras escribía y seguía en trance, todos los compañeros de mi grupo desaparecieron y, paralelamente al relato que escribía, me reí para mis adentros porque cuando percibí su ausencia me di cuenta de que estaban planificando la decoración de mi escritorio para el día siguiente.

(Sí, aquí vamos a hacer un paréntesis para hacer ver o subrayar lo dañino que es tener una memoria como la mía. Recordar, por ejemplo hasta cómo estabas vestida, en qué posición estabas sentada, y cómo entraba el sol por las ranuras casi inexistentes que se hacían llamar ventanas)

El segundo ejemplo tiene que ver con esta foto: (no me pidan un mejor tamaño, es la única que tengo)











Digamos que la foto tiene varias dimensiones y varias historias parelelas adjuntas a ella, veamos: uno sonríe para la foto, aunque tenga unas grandes ganas de llorar. Para los que ven la foto, es un asunto plano, con algunos elementos atrás, unos contenedores, un barco, un edificio. Para el que está en la foto es un asunto de muchas dimensiones. Por ejemplo: hay un cielo arriba, un cielo con un sol de las dos de la tarde, digamos un sol bastante quemante. Y resulta que el día anterior hubo un cóctel de bienvenida de no sé qué, con mucho vino y después un bar llamado La Cava, bastante acogedor, hasta que sale un grupo tocando y cantando a todo pulmón música de Los Ramones, y después una discoteca en Ciudad Vieja, Blue Note o algo así con martinis de colores, el piso azul y sillas altas por doquier… Así que digamos que hace calor y de nada sirve la blusita blanca de tirantillos, porque es más que calor, llamémosle desasosiego. Y en las otras dimensiones de la foto también está la persona que la toma, que se baja en unas gradas para atrás y dice “pérate” mientras le da vuelta con el pulgar al rollo de la cámara desechable que compró en la entrada, porque cómo iba a ser que se fueran sin una foto del Canal, y entonces le dice “reíte”. Y más atrás, abajo, en las mismas gradas, está la otra persona que los acompaña mirando cómo toma la foto el que toma la foto y mirando también a la que sale en la foto, y ella hace esa mueca que parece sonrisa, pero no, porque realmente hay un puño de gente a su derecha en una gradería mirando el espectáculo de las exclusas, y los gentíos siempre le han dado angustia, mucho más a las dos de la tarde en el Canal de Panamá cuando hace tanto calor y desasosiego. Suena el click. En esa partícula increíble de tiempo, ese paréntesis de vida, mira hacia adelante. Sol, calor, gradas, ellos, él, gente, edificio; viernes catorce de marzo de dosmil cuatro. 

Y entonces, caigo en cuenta de todas las dimensiones y de todas las historias que se desarrollan alrededor de una historia, de una vida, en un año... En este mismo momento en el que escribo. En el momento que alguien va a leer esto. ¿Se dan cuenta? Es una ramificación de historias. Incluso, de lo que siento yo respecto a esto que estoy escribiendo y lo que va a sentir el que lo lee.

¿Se dan cuenta?

Mientras escribía esto recibí tres historias por Whatsapp: la de mi amigo que está en clases en algún salón frío de Praga, la de mi otro amigo que me recuerda el valor del proyecto en el que estamos trabajando, y la de mi hijo adolescente que se está subiendo a un avión en México para regresar a casa. 

¿Se dan cuenta?

Cada historia que escribimos y las que no. Cada historia es infinita. 

viernes, 11 de noviembre de 2016

Pasa el tiempo -once meses, la verdad- y venirte a dar cuenta de podés soñar y hacerte muchas ideas, en especial, yo tengo la tendencia a eso: a pensar, a imaginar, a idear; pero de allí a que las ideas tomen forma y se hagan realidad es un camino bien largo y duro y lleno de satisfacciones y frustrante y da miedo y a veces da risa y a veces dan ganas de tirar la toalla y tiene sus logros, sus orgullos, sus ganas de alzar dos copas de vino.

¿Y por qué no?

He andado un largo camino este año. Eso es bien cierto. Con la independencia, todo el tiempo y la vida por delante, poco a poco te vas convirtiendo en otra persona. Y les diré, ese proceso, tal vez, es el más difícil de todos. Entender, después de más de 20 años de trabajo en el "absorbente" mundo de las agencias de publicidad; que hay vida después de eso.

Y antes también.

Que toda aquella fantasía de sacrificar tu tiempo y el de tu familia por la pasión y las responsabilidades, solo existía en tu mente. Que de nada sirvieron aquellos largos días de desvelos y de madrugadas y fines de semana entregados al trabajo, porque media vez salís por la puerta ALLÍ QUEDÓ.

ALLÍ QUEDÓ, entiendan.

Y entonces te enfrentás a todo el tiempo del mundo que es tuyo, de tu familia, tus amigos. Toda esa gente a la que no tenías tiempo de ver, porque siempre estabas bien ocupada. Y entonces te topás con los cargos de conciencia un lunes a las nueve a eme, porque te atacó otra vez el insomnio, el que tenía tiempo de no visitarte desde que el tiempo es tuyo y así. Y entonces ese lunes a las 9 de la mañana la tal conciencia te impide seguir durmiendo, aunque no hayas pegado el ojo en toda la noche. Pero no, es como si alguien estuviera allí, al lado tuyo, reclamándote por responsabilidades que ya no tenés, por tiempos que llenar, por sillas que ocupar, por computadoras que encender.

Y NO.

No dormiste toda la noche.

¿Te das cuenta de que tu vida ahora te pertenece?

Sí, esa es la parte más difícil de la independencia, la que tanto cuesta lograr. Saber, por ejemplo, que no importa si te da la una de la tarde trabajando en pijama en tu casa en esa presentación que - tal vez - traiga un cliente más. NO IMPORTA, ¿entienden? porque al final uno se sigue engañando con la fantasía del tiempo y los horarios, de la ropa y la presentación. A quien le presente la presentación o le presentemos la presentación no se va a enterar nunca de que yo estuve en pijama pensándola, dándole forma, escribiéndola. Porque al final lo que importan son los resultados, ¿verdad? No todo el tiempo que perdí en un escritorio y en una oficina tomando café, resolviendo problemas, contestando llamadas y correos y mensajes, mediando entre la gente.