viernes, 11 de noviembre de 2016

Pasa el tiempo -once meses, la verdad- y venirte a dar cuenta de podés soñar y hacerte muchas ideas, en especial, yo tengo la tendencia a eso: a pensar, a imaginar, a idear; pero de allí a que las ideas tomen forma y se hagan realidad es un camino bien largo y duro y lleno de satisfacciones y frustrante y da miedo y a veces da risa y a veces dan ganas de tirar la toalla y tiene sus logros, sus orgullos, sus ganas de alzar dos copas de vino.

¿Y por qué no?

He andado un largo camino este año. Eso es bien cierto. Con la independencia, todo el tiempo y la vida por delante, poco a poco te vas convirtiendo en otra persona. Y les diré, ese proceso, tal vez, es el más difícil de todos. Entender, después de más de 20 años de trabajo en el "absorbente" mundo de las agencias de publicidad; que hay vida después de eso.

Y antes también.

Que toda aquella fantasía de sacrificar tu tiempo y el de tu familia por la pasión y las responsabilidades, solo existía en tu mente. Que de nada sirvieron aquellos largos días de desvelos y de madrugadas y fines de semana entregados al trabajo, porque media vez salís por la puerta ALLÍ QUEDÓ.

ALLÍ QUEDÓ, entiendan.

Y entonces te enfrentás a todo el tiempo del mundo que es tuyo, de tu familia, tus amigos. Toda esa gente a la que no tenías tiempo de ver, porque siempre estabas bien ocupada. Y entonces te topás con los cargos de conciencia un lunes a las nueve a eme, porque te atacó otra vez el insomnio, el que tenía tiempo de no visitarte desde que el tiempo es tuyo y así. Y entonces ese lunes a las 9 de la mañana la tal conciencia te impide seguir durmiendo, aunque no hayas pegado el ojo en toda la noche. Pero no, es como si alguien estuviera allí, al lado tuyo, reclamándote por responsabilidades que ya no tenés, por tiempos que llenar, por sillas que ocupar, por computadoras que encender.

Y NO.

No dormiste toda la noche.

¿Te das cuenta de que tu vida ahora te pertenece?

Sí, esa es la parte más difícil de la independencia, la que tanto cuesta lograr. Saber, por ejemplo, que no importa si te da la una de la tarde trabajando en pijama en tu casa en esa presentación que - tal vez - traiga un cliente más. NO IMPORTA, ¿entienden? porque al final uno se sigue engañando con la fantasía del tiempo y los horarios, de la ropa y la presentación. A quien le presente la presentación o le presentemos la presentación no se va a enterar nunca de que yo estuve en pijama pensándola, dándole forma, escribiéndola. Porque al final lo que importan son los resultados, ¿verdad? No todo el tiempo que perdí en un escritorio y en una oficina tomando café, resolviendo problemas, contestando llamadas y correos y mensajes, mediando entre la gente.


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