jueves, 26 de mayo de 2016
El Segundo de la Novena.
Mi papá oía música clásica. Lo he contado muchos veces, creo. Se sentaba en la oscuridad de la sala con los ojos cerrados a oír discos - esos a los que ahora les llaman vinyles, sí, papá era muy hipster -. Quizás por esa razón se me pegó y me llegó a gustar tanto la clásica que desde bien pequeña ya me sabía algunas piezas y sus autores.
Y quizás por su música que refleja es estado de su espíritu atormentado, desde siempre me incliné mucho por Beethoven. El Beethoven querido con sus patéticas y sus apasionatas, con su destino llamando a la puerta, con sus altos y bajos, con toda la locura y la pasión de alguien que nunca comprendió ni se supo adaptar bien a este mundo.
Yo tenía alrededor de 20 años en mi momento máximo de soledad, cuando me costaba un poco y un tanto adaptarme a la gente y prefería sentarme con un libro, una película o a escuchar música que a perder el tiempo entre conversaciones en las que no podía participar, ni podía entender. - Hey, sí, alguna vez en la vida todos hemos sido así de snobs -.
La cuestión es que tenía alrededor de 20 años y me iba yo sola a los "toques" de la Sinfónica, a veces me atravesaba a pie todo el centro, sí, en aquella época en que estaba bien y no pasaba nada. Y era un sábado en la tarde o algún día en la tarde y no recuerdo si la melodía sonó con la lluvia o la lluvia cayó con la melodía de fondo; pero recuerdo estar sentada frente a una ventana viendo caer un diluvio con el Segundo Movimiento de la Novena Sinfonía
Y no sé si fue mi imaginación o qué, pero la lluvia sonaba como la melodía o viceversa y desde entonces siempre que la escucho me suena a tormenta, emoción, viento, enormes gotas de agua cayendo, un río bajando por la calle, agua golpeando las ventanas. Y este movimiento - no tan conocido por la gente como el Cuarto, sí la famosísima Oda de Schiller - me suena como a una de las cosas más emocionantes de la vida.
Si nunca la han oído, dénse la oportunidad. Hay cosas maravillosas. Esta es una de ellas.
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