martes, 31 de mayo de 2011

A mí me da pena con Mozart...





















que esté allí, digamos, a la par de los Kumbia Kings. ¿Qué sentirá? ¿Pensará en la versión polka de Sabés a Chocolate? Ya no digamos Beethoven a la par de Looney Tunes. Soy una vergüenza.

sábado, 28 de mayo de 2011

Un raro dúo toda la vida

El tenía 17 años cuando lo conocí, recíen se había graduado de bachillerato y ya tenía su primer trabajo como copy writer en una agencia de publicidad. Uno no se imagina que un día va a llegar a querer tanto a alguien, menos así cuando lo ve todo envuelto en un suéter con una sonrisa en silencio. Supongo que uno no deja de encontrar en la vida personas a quien admirar. Sí, aunque muchos piensen que eso no debería ser así.

Diez años después, luego de muchos viajes y separaciones y holas y adioses; seguimos siendo un Raro Dúo. Separados esta vez por cuestiones irrelevantes como diferencias de ideas, pero raro dúo al fin, desde el principio al fin.

Por mi parte, Limbo Nimbo es el blog que nació  de nuestra separación.

Por parte de Miguel, nacieron un puño de letras:
http://punodeletras.blogspot.com/






Si no escribe no puede dormir, dice:
Visítenlo hay demasiadas cosas buenas por allí.

La Rampa

Lo que más le llamaba la atención era que las flores color rosa que caían de aquel árbol sobre la rampa de cemento formaban una especie de manto funerario. Todos los días, todas las mañanas tenía que pasar allí, frente a la entrada principal del cementerio, en su camino de ida hacia la escuela.

Todos los días, todas las mañanas desde que había empezado la guerra, tenía que ver los pies pálidos y amoratados de los muertos que aparecían apilados cada madrugada como ejemplo silente del destino guerrillero.Mamá Toya, la abuela que ya rozaba casi los ochenta y quien lo había criado desde que la madre desapareció; le daba las miles de indicaciones al despedirlo frente a la puerta desvencijada de la casa: que no se detuviera a ver los muertos, que se persignara al pasar, que no hablara con nadie, que no contara nada de su mamá, que si alguien le preguntaba por ella que dijera que se había ido a los Estados… Y otra vez que no viera a los muertos, sino se le iba a pegar a saber qué alma en pena e iba a cargar con ella toda su vida y en sus sueños. Así que él, obediente a las recomendaciones de la Mamá Toya, sólo pasaba rápidamente, dejando atrás la alfombra de flores y su Padrenuestro que estás en los cielos…

Pero los otros niños, que obviamente no sabían de almas en pena ni tenían todas las advertencias de una abuela sabia y octogenaria, no reparaban en el daño que le hacían a sus vidas y a sus sueños, al transgredir la barda de entrada y pasar sobre la rampa y las flores para contemplar palmo a palmo a los muertos de turno.

“¡Simón el maricón!” Le gritaban desde adentro, entre risas y pedradas.

Aquel mediodía, el de su cumpleaños número once, luego de repasar sin sentido y varias veces los largos pasillos de la escuela, decidió que no quería volver a casa. No todavía. No a la Mamá Toya con delantal blanco y arrastrando los pasos, no a sus inútiles y torpes caricias, no a la sopa de frijoles con queso rayado, no a los Avesmarías y Padresnuestros, no a la tosecita seca, fugaz y melancólica. Así que haciendo uso de sus últimos diez centavos se subió a la ruta 7 que pasaba en la esquina y se alejó lo más que pudo de los muertos, el cementerio, el manto funerario, Simón el maricón y la abuela.

Casi anochecía cuando regresó a la casa. Los dos pinos de la entrada se movían suavecito, con una brisa inusual para esos días de marzo. El cielo, enrojecido por el último adiós del sol; era un basto espacio sin nubes. La puerta estaba abierta, la casa en penumbra y silencio. Tiró el bolsón sobre la mesita de madera con las sillas que hacían de comedor y de sala. No sintió el olor a frijoles, ni vio las velas encendidas frente al Sagrado Corazón de Jesús. Se dirigió a la pila a lavarse las manos anticipando los sermones de la Mamá Toya, todos los gracias a Dios me tenés a mi, sino qué fuera de vos, si a tu tata ni lo conocimos, si tu nana te dejó ahí tirado para irse detrás de a saber qué peludo guerrillero, y mirá vos te vas sin decirme ni adonde, y yo aquí encandilada, esperándote con tu sopita. Pero los sermones no llegaron. Ni los pies arrastrando los pasos. La buscó en el cuartito que compartían y la vio allí, dormida y soñando, con el brazo izquierdo doblado a un lado y la mejilla reposando sobre la mano, como almohadita –pensó- , mientras se daba la vuelta para dejarla descansar. Ya en la puerta se regresó, es que tenía un color bien raro, pálido y transparente. Se quedó parado junto a la cama, uno, dos, tres, cuatro, cinco minutos, esperando a ver si el pecho se movía. Seis, siete, ocho y más. No se movía. Se acercó y le dijo abuela, le tomó la mano como almohadita y estaba fría. Los labios púrpura y abiertos.

Al fin el reloj dio las cinco de la mañana. Salió a la calle todavía iluminada por el alumbrado eléctrico. Bordeó la calle plagada de basura y perros callejeros. Saltó la barda del cementerio y cayó suavemente sobre la rampa. Los muertos ya estaban allí,  pálidos y transparentes. Caminó sobre el cemento recogiendo todas las flores que pudo y colocándolas dentro una bolsa blanca para llevarlas a casa. Antes de salir los miró otra vez, eran cuatro, sin camisa, sin zapatos, con heridas de bala donde sea, con sangre, golpes y sin alma.

martes, 24 de mayo de 2011

No me gusta

que se desordenen las cosas en la carretilla del súper,
los retenes, porque no tengo licencia >aunque creo que a nadie le gustan<
el amarillo de los semáforos,
ni las colas de los bancos,
ni las colas del Ministerio de Hacienda
ni las colas de las embajadas
digamos que ninguna cola

Esa lámpara,
ese desorden.
Vaya, los fanatismos; llámense políticos, deportivos o religiosos.
El café con azúcar >debería ser pecado<

Las matemáticas,
la física
y todas las cosas
a las que no les encuentro sentido práctico.
Mejor dicho: no me gusta
nada que no pueda entender
para qué sirve, ni cómo se hace.


Y ya que hablamos de eso:
no me gusta que me digan
cómo hacer algo que ya sé cómo hacer.

No me gusta poner gasolina
ni cambiarle las llantas al  carro
ni siquiera echarles aire;
vaya, digamos que
ni siquiera sé cómo se hace.

No me gusta Mozart,
ni la gran bulla que le han hecho históricamente
no le encuentro el chiste, veá;
pero digamos que lo oigo por el efecto.
El tal Efecto Mozart
al que no le encuentro el efecto.

No me gusta que me hagan esperar, OYEN?

Y hay una lista interminable de alimentos
que no me gustan:
las berenjenas
la cebolla
el ajo
el pescado
los camarones
las ostras
las conchas
vaya, digamos que todos los mariscos,
moluscos, crustáceos, cetáceos <- :D :D
la piña
la miel
los kiwis
los hongos
el queso de cabra
y todo lo que tenga que ver con cabra (yiuk!)

Esta lista sigue,
pero la tengo que terminar aquí,
porque tengo que ir a trabajar.

La vida en general

Es esto. Y no.

Demasiado orgullo, demasiadas sonrisas desperdiciadas, demasiado tiempo que se va sin saber que existió, demasiado de todo. Y nada. Palabras que quieren ser, pero se resbalan, se deslizan, se pierden en un limbo incauto que ni siquiera sabe para qué sirve.

Decir.

No dice nada, enreda palabras, les da otro significado. Se ríe. La manera más cercana que encuentra para no saberse vulnerable, débil, semi luz, semi sombra; mitad de todo. Nada completo. Un signo de interrogación en la oscuridad, cadena de preguntas que nunca encuentran respuesta.

Nada.

A veces llanto, a veces miedo, a veces felicidad que raya en la euforia.


Confutatis maledictis
flammis acribus addictis
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis
cor contritum quasi cinis
gere curam mei finis.

domingo, 22 de mayo de 2011

Me gusta


mirar la nubes y saber sus nombres, coleccionarlas, tomarles fotos, mirarlas con cara de alelada y sorprenderme siempre, cada vez que las veo. me gusta el mango, no verde ni maduro, sazón. me gusta que la música le arranque pedazos a mi corazón, me gusta que me emocione, me conmueva, me haga llorar, me haga querer, me haga desear, me haga bailar; por eso no entiendo a Mozart, amo las notas atormentadas de Beethoven y Chopin y las letras poéticas, un tanto retorcidas de Bunbury. Y, hablando de letras retorcidas, eso incluye también a Roger Waters con Pink Floyd. Me gusta cumplir mi palabra y llegar a la hora que me dicen, mi horario sigue siendo inglés; aunque miles de veces me haya tocado esperar hasta más de una hora. me gusta el zorro de El Principito; es más, no me gusta, lo amo y creo que es el mejor personaje que ha existido en la historia de los personajes, me gusta ese capítulo 21 cómo nadie se puede imaginar y cada palabra, cada frase, cada punto, cada coma me llenan de felicidad. me gusta el olor del café recién hecho en la mañana, el olor a tierra mojada, el olor a grama cortada, me gustan los olores frescos y cítricos, me gustan los hombres que entran a un lugar y dejan regado su rastro oloroso a limpio y recién bañado. me gustan las palabras y juntarlas para que digan algo. me gustan todas las palabras, pero principalmente las esdrújulas y las de origen árabe como almohada, alhelí, alfajor, beduino, gandul, lapislasuli y así. mis palabra favoritas son burbuja, libélula, mariposa y malaquita. me gustan las palabras de Benedetti, los poemas de Octavio, especialmente este cuando dice: "Tu mirada es sembradora. Plantó un árbol. Yo hablo porque tú meces los follajes." me gustan los vestiditos y blusas veraniegos y doy gracias a Dios todos los días por vivir en un país en donde siempre es verano. me gusta las sandalias, los zapatos sin tacón, los zapatos abiertos. me gusta andar descalza en la arena, el cemento, la grama, los ladrillos, azulejos. me gusta sentir el mundo debajo de mis pies. me gusta ser como soy y a veces no. me gusta la edad que tengo y haber llegado hasta aquí. me gusta seguir sobreviviendo a ser mamá sin muchos sobresaltos; aunque ser mamá me siga tomando por sorpresa. me gustan mis hijos y sus miradas colochas, me gusta creer que sus logros y sus felicidades me pertenecen y me gusta sentirme feliz por eso. me gusta decir, pensar, adivinar y tener el suficiente sentido común para saber cuándo callar. me gustan las películas de llorar y llorar en las películas de llorar. me gusta Edward Scissorhands y me gusta Tom Hanks en You've Got Mail. me gusta Russel Crowe en A Beautiful Mind, pero no en Gladiador. me gusta Robert Downey Jr. no importa dónde, cómo ni cuándo.

(respirar)

me gusta Jackson Pollock aunque haya dedicado su corta vida solo a "chispear" lienzos con pintura, a fumar, a emborracharse y ser un neurótico empedernido que acabó su vida empastado en un poste de luz. me gusta Tchaikovsky, uno de los compositores más épicos de la historia, si no me creen lo que les digo oigan la obertura 1812. su genialidad nos dejó los ballets más memorables. sí, su genialidad fue tan grande, que compuso el soundtrack de la película Black Swan en 1875.

ah, sí, me gustan las fiestas y bailar y cantar en los karaokes, en el baño, en el carro. me gusta fumar, aunque sé perfectamente bien que es dañino para la salud. me gusta el whisky más que el vino, el vino blanco más que la cerveza, la cerveza más que el ron, y así: el vodka no me gusta. me gusta viajar y sorprenderme. viajar y llorar cada vez que conozco algo que solo he visto en fotos.

me gusta el drama, eso sí.

me gusta expresarme, por eso no pierdo la oportunidad de abrir un blog cada vez que se me ocurre una idea para un blog.