sábado, 28 de febrero de 2015

El amor en los tiempos del Flashmob



Resulta que no recuerdo haber sido una veinteañera preocupada por el tema del matrimonio, los hijos y esas cosas que ahora les causan pesadillas a las veinteañeras. Es decir, no recuerdo haber andado por la vida blandiendo mi bandera de mujer liberada y gritando a todos los vientos "Ush! esa cosa del matrimonio es para mujeres débiles y cursis, yo soy una mujer independiente e inteligente que no necesita a un hombre o tener un hijo para saberse completa...".

No, no usaba ese tipo de argumentos. De hecho, ni siquiera lo pensaba. No era un tema que me quitara el sueño, ni del que hablara con mis amigas, con las que por entonces (las dos o tres que tenía) nos dedicábamos más bien a vivir la vida. Pero no crean, tampoco me quitaba el sueño el tema contrario. Tampoco pensaba y repensaba en el matrimonio, los hijos y todas esas cosas que ya mencioné. No era una mujer que perdiera su tiempo pensando en el tal príncipe azul, o los hijos soñados o todas esas cosas, ya saben. No me imaginaba en ninguna de las dos condiciones, situaciones, estado civil o como quieran llamarle. Como ya dije, me dedicaba a vivir la vida como un simple ser humano.

Todo esto tal vez se haya debido también a que en mis escasos veintitantos años no había tenido una relación que durara más de tres o cuatro meses... Hasta que ajá, pidiéndome prestada una silla para cambiar un foco en una fiesta, apareció el que, en ese momento no sabía (y no lo iba a saber por mucho tiempo), habría de ser el hombre de mi vida. Y no me mal interpreten, por favor, por hombre de mi vida no me refiero a ese ser por el que tenés que dejar de ser vos misma y renunciar a todas las maravillas de ser un ser humano, una mujer con aspiraciones, sueños, metas y todas esas cosas que se podrán imaginar.

Pero, claro, me desvié del tema, como siempre.

El punto, amigos, lectores o quienes sean ustedes, es que en esas épocas el amor era otra cosa. La cosa que tenía que ser, supongo. Te gustaba alguien, te enamorabas, querías vivir con él, supongo... Y lo único que querías era compartir tu vida con esa persona, porque cada vez que te dejaba a la noche en la puerta de tu casa el simple motivo que te movía era irte de regreso con él y despertar con él y estar para siempre con él.

O al menos eso era el amor.

O al menos eso era lo que significaba entonces...

Yo me fui a vivir con ese hombre que mencioné anteriormente sin anillo de compromiso con diamante de miles de quilates, sin declaración de amor en la playa con corazones, o con velas, o con flashmob, ni bailes, ni música de moda... Me pidió que me casara con él en el comedor de cuatro sillas de su minúsculo apartamento de dos cuartos, sin anillo, ni flores, ni nada de lo que se estila hoy en día... Porque ahora, amiguitos, el amor es otra cosa, una ceremonia aparatosa, en la cual, cuantas más maravillas haya, es mejor...

Porque según veo y entiendo, en estos días de las redes sociales y eso; ya no es suficiente encontrar al tal príncipe azul, encantado o lo que sea; sino que el príncipe se las tiene que ingeniar para que su pedida de mano sea original, trascendente, memorable, inolvidable. Olvidando que el trasfondo de todo eso, no es el anillo, la pedida de mano, la ceremonia, el vestido, las miles de flores, la fiesta, los padrinos, el atardecer; ni todo eso... El trasfondo, amiguitos, es el amor. Las ganas de querer estar con alguien. Y para eso, como ya está dicho, solo se necesitan ganas.

Yo firmé el tal papel y me puse un vestido blanco para entrar a una iglesia (cuyo resumen pueden leer aquí) sin pensar en lo que estaba haciendo, saben, solo quería estar con él, y eso era suficiente. Y, como ya he dicho miles de veces, firmar el contrato y entrar a una iglesia vestida de blanco; no me ha quitado ni un pedazo de mi ser individual y mi independencia. Tener tres hijos, que son una maravilla, tampoco me ha quitado nada. Sigo siendo yo. La misma de hace veinte años. (Sí, en mayo cumplo 20 años de estar con el mismo hombre ese). Y hasta ahora no se me ha caído ni un pedazo. Y no les voy a mentir: hay hoyos, ganas de tirar la toalla o los guantes o lo que quieran tirar; hay espacios vacíos, escombros, momentos en los que sienten no encajar, momentos en los que se quiere salir corriendo, momentos en que la realidad es una mentira y viceversa.

Pero, amiguitos, el punto no son los 20 años. Aunque hablando con un conocido esta semana, me decía que 20 años es un logro... Yo no lo veo así. Un logro es algo que te cuesta, ¿o no? El punto es que en medio de tanto drama y negocio de las bodas a la mara se le olvida de qué se trata el asunto.

¿Hablamos de amor, verdad?

Simple. Sencillo. Sin ceremonias.