Creer una, dos, tres, cuatro veces.
Confiar. Ver que la noche se apaga y saber que mañana otra vez el sol, las
nubes, nubes de colores, pájaros volando por allí, el café, el humo, todo lo
nuevo de cada mañana. El silencio. El silencio de una mañana cualquiera, voces,
voces sonando, palabras que se elevan, palabras que se encienden, palabras que
vuelan. Solo palabras. Palabras que nacieron, palabras sin sentido,
palabras que fueron
c
a
y
e
n
d
o
Volver a caer en lo mismo. Al principio que había finalizado. Una y otra vez el discurso, la mirada que
quiere, la soledad que muere, la soledad por dos o tres acompañada. Otra vez
querer confiar, creer. El cielo, más falso que nunca, más raso que la tierra. Blanqueando la mirada, empañando la sonrisa a medias, la sonrisa de lado. Cambiar.
Irse, largarse, abrir un camino sin final en que las palabras no cuenten, no cuenten uno
ni dos ni tres ni cuatro ni siquiera hasta mil ni siquiera hasta el infinito de
estrellas que no caen, nunca caen. Transfigurarse sí. Transfigurarse no.
Dejarse llevar por un Estudio de Chopin hasta la saciedad desgastado, sonando
de fondo, siempre de fondo. Respirar. Respirar. Respirar. El cielo no, las
nubes tampoco, el amanecer que no existe, el ocaso.
Las palabras atropellándose.
Las palabras atropellándose.
Las palabras atropellándose.
Respirar.
"Estoy perdida".
"¿Eso tiene arreglo?"
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