Hace unos días @RebecaIzasa me preguntó qué es lo que me fascina de las nubes. No le supe responder. No supe decir realmente, porque, la verdad, es un sentimiento extraño que es inexplicable. Como el amor, en cualquiera de sus "presentaciones".
Algo así.
Y el punto es, que así como en el amor, las nubes me emboban, me dejan con la boca abierta, me atrapan y me llevan volando... A saber a dónde. Ya ha habido ocasiones en las que me he tenido detener a media carretera para poderlas contemplar bien y como se merecen... A veces estoy en reuniones de trabajo y mi verdadero yo lo que hace es ver las nubes por la ventana. A veces abro los ojos a las 5:30 de la mañana y las veo allí, rosadas, anaranjada, haciéndome guiños para que me levante a fotografiarlas... A veces, todas las veces; aunque me haya desvelado la noche anterior, me levanto. Es un amor más fuerte que yo. Es como si en ese momento no existieran nada más que eso.
Hoy fue un día particularmente extraordinario para las nubes. Desde las 5:30 que me levanté, hasta pasadas las 7, pude disfrutar de un espectáculo excepcional, el amanecer de hoy me tocó fibras bien profundas del corazón; quizá porque era viernes, quizás porque me estaba desprendiendo de un recuerdo...
Cuando abrí los ojos a las 5:46, el cielo estaba así, haciéndome guiños para que me levantara:
14 minutos después me di otra vuelta por la terraza y había cambiado a esta forma:
Mientras esto sucedía, al otro lado las podíamos ver así.
Y las nubes siguieron impresionándose e impresionándome. Luego de treinta minutos salgo nuevamente y esto:
A estas alturas dejé todo lo que estaba haciendo, saqué mi café, me senté en un silla, me envolví por esas nubes que en esa foto se ven tan pequeñas, pero arriba de mí, a mi lado, a mí alrededor eran dramáticamente etéreas, pasando, moviéndose, cambiando, iluminándose. Y, no me lo van a creer... Empecé a llorar.
Una maravilla que me hizo llorar.
Y, ajá, voy a llorar otra vez. Debe ser la luna.
O las nubes.
Otra vez:
viernes, 21 de septiembre de 2012
viernes, 14 de septiembre de 2012
Canciones Tristes I (Inglés)
Ya lo hemos dicho antes en este blog, la tristeza es un derecho >inalienable, indivisible, inapelable< de todo ser humano. Sin embargo, desde pequeños nos enseñan a ocultarla, a escondernos cuando estamos tristes, a contener las lágrimas aunque tengamos aquellas ganas inmensas de desatarlas. Incluso el enojo no es tan mal visto en los círculos sociales.
La tristeza no. Hay que ocultarla.
Como si no tuviéramos el sagrado derecho de enarbolarla cual bandera el día de la independencia.
Yo soy conocida, más que todo en los círculos familiares, como una llorona empedernida. No me da vergüenza, saben, demostrar mi tristeza, y llorar a mares si tal es la gana. Y llorar inconteniblemente ya sea por grandes penas, ya sea porque matan a la mamá de Bambi. Llorar me descarga. A veces suelo pensar que me limpia la mirada y evita que las penas se acumulen irreversiblemente dentro de mí. Esta semana me dio por sentirme triste y ejercerla con todos los poderes, ponerme canciones lastimeras en todo el camino al trabajo y envolverme en mi aura de desconsuelo y desasosiego.
Y bueno, para la ocasión se me dio por armar mi propio playlist "Para Llorar"
Para armarlo recibí algunas sugerencias en Twitter, Facebook y vía el iChat de la oficina. Descubrir las diferentes tonalidades que para unos pueden ser tristes y para otros no, fue la parte más interesante de la investigación, y @ElCopycito no me dejará mentir con las más de 10 sugerencias que me mandó, de las cuales alrededor de 3 o 4 pasaron mi escrutinio lacrimoso. En el camino descubrí, por ejemplo, que Radiohead es uno de los grupos más deprimentes (o deprimidos) con alrededor de 8 canciones tristes entre las 10 de ellos que escuché. "Your skin makes me cry..." es uno de los versos más poéticamente melancólicos que he escuchado. Al momento en que escribo este post hay 18 canciones en el playlist, el cual luce así:
Hace falta agregar algunas que fueron recomendadas en Facebook, pero allí va, una lista de canciones tristes para entristecer más cualquier tarde melancólica de viernes o sábado o domingo. Hasta ahora mis favoritas para la tristeza son estas:
Dirán que no tengo nada qué hacer y que soy una neurótica compulsiva... Nada de eso, ya dije: simplemente ejerzo con sabiduría mi soberano derecho a estar triste.
¿Cuáles son sus canciones tristes, querido lector?
La tristeza no. Hay que ocultarla.
Como si no tuviéramos el sagrado derecho de enarbolarla cual bandera el día de la independencia.
Yo soy conocida, más que todo en los círculos familiares, como una llorona empedernida. No me da vergüenza, saben, demostrar mi tristeza, y llorar a mares si tal es la gana. Y llorar inconteniblemente ya sea por grandes penas, ya sea porque matan a la mamá de Bambi. Llorar me descarga. A veces suelo pensar que me limpia la mirada y evita que las penas se acumulen irreversiblemente dentro de mí. Esta semana me dio por sentirme triste y ejercerla con todos los poderes, ponerme canciones lastimeras en todo el camino al trabajo y envolverme en mi aura de desconsuelo y desasosiego.
Y bueno, para la ocasión se me dio por armar mi propio playlist "Para Llorar"
Para armarlo recibí algunas sugerencias en Twitter, Facebook y vía el iChat de la oficina. Descubrir las diferentes tonalidades que para unos pueden ser tristes y para otros no, fue la parte más interesante de la investigación, y @ElCopycito no me dejará mentir con las más de 10 sugerencias que me mandó, de las cuales alrededor de 3 o 4 pasaron mi escrutinio lacrimoso. En el camino descubrí, por ejemplo, que Radiohead es uno de los grupos más deprimentes (o deprimidos) con alrededor de 8 canciones tristes entre las 10 de ellos que escuché. "Your skin makes me cry..." es uno de los versos más poéticamente melancólicos que he escuchado. Al momento en que escribo este post hay 18 canciones en el playlist, el cual luce así:
Hace falta agregar algunas que fueron recomendadas en Facebook, pero allí va, una lista de canciones tristes para entristecer más cualquier tarde melancólica de viernes o sábado o domingo. Hasta ahora mis favoritas para la tristeza son estas:
Dirán que no tengo nada qué hacer y que soy una neurótica compulsiva... Nada de eso, ya dije: simplemente ejerzo con sabiduría mi soberano derecho a estar triste.
¿Cuáles son sus canciones tristes, querido lector?
sábado, 8 de septiembre de 2012
La vida es un círculo
que tiende a cerrarse demasiado rápido
Conocí a mi consorte hace 21 años. Exactamente el sábado 8 de junio de 1991. Él era un hippie con los jeans deshilados y barba de varios meses. Yo era una bichita medio nerd con tenis blancos y cintas de todos colores. Me habían invitado -sin querer- a una reunión -o fiesta o como quieran llamarla- de una vecina que ni siquiera era amiga mía -oh, sí, así eran las cosas en aquellos tiempos-. Era una fiesta de quince años en una casa del vecindario -la casa del vecino que se había ido a sacar una maestría a Nueva York, la cual era prestada todos los fines de semana por el amigo al que se la había dejado en custodia-, sí, ya estábamos un poco grandecitos para una fiesta de quince, pero como en todas las épocas históricas de veinteañeros aprovechábamos cada ocasión en la que se pudiera "beber" gratis.
El asunto es que allí estaba yo, sentada en una silla en la parte de afuera de la casa, junto a la puerta de entrada, cuando llego este "gringo" y me pidió prestada la silla. Ajá, para arreglar el foco de la calle que no encendía. Ajá, y 10 minutos después estábamos bailando merengue y salsa en la fiesta. (Les diré, nunca fue un buen bailarín. Creo que acepté su invitación, porque fue el único que se arriesgó a pedírmelo). Un año fuimos amigos, al año ya éramos novios. Nos casamos tres años después y... Aquí estamos, con tres hijos, dos perros y una gata...
Esa casa en donde nos conocimos era de este amigo que ya les conté anteriormente. Luego volvió de Nueva York y seguimos reuniéndonos allí y todo eso. Él estuvo en nuestra boda, los bautizos de los nenes... Hemos estado juntos, hemos crecido, por momentos dejamos de vernos, nos hemos hecho viejos y nos descubrimos más arrugas cuando nos volvemos a encontrar, seguimos oyendo a Pink Floyd y AC/DC, lo acompañamos al funeral de su hijo mayor... Esas cosas de la vida de la gente que ha compartido tantos años juntos. Y ajá, otra vez, siguen creciendo los hijos y un día la mayor descubre que le gusta dibujar, ilustrar, copiar logos, hacer garabatos y pasan meses, años, buscándole una buena clase de dibujo, de ilustración y finalmente la @kolondrina -quien al principio de la historia de nuestras vidas me caía mal y viceversa y que ahora es una de mis mejores amigas- y @27PM abren este taller de ilustración. Ajá y la inscribimos a la bichita...
Y entonces resulta que el taller de ilustración es en esa casa. Precisamente en la casa en la que mi consorte y yo nos conocimos. Y eso es bien extraño, ¿verdad? Porque de todas las casas de San Salvador, vino a ser exactamente en esa...
¿Y si la hija mayor conociera allí al amor de su vida?
Hay círculos que tienen una maña para cerrarse.
Conocí a mi consorte hace 21 años. Exactamente el sábado 8 de junio de 1991. Él era un hippie con los jeans deshilados y barba de varios meses. Yo era una bichita medio nerd con tenis blancos y cintas de todos colores. Me habían invitado -sin querer- a una reunión -o fiesta o como quieran llamarla- de una vecina que ni siquiera era amiga mía -oh, sí, así eran las cosas en aquellos tiempos-. Era una fiesta de quince años en una casa del vecindario -la casa del vecino que se había ido a sacar una maestría a Nueva York, la cual era prestada todos los fines de semana por el amigo al que se la había dejado en custodia-, sí, ya estábamos un poco grandecitos para una fiesta de quince, pero como en todas las épocas históricas de veinteañeros aprovechábamos cada ocasión en la que se pudiera "beber" gratis.
El asunto es que allí estaba yo, sentada en una silla en la parte de afuera de la casa, junto a la puerta de entrada, cuando llego este "gringo" y me pidió prestada la silla. Ajá, para arreglar el foco de la calle que no encendía. Ajá, y 10 minutos después estábamos bailando merengue y salsa en la fiesta. (Les diré, nunca fue un buen bailarín. Creo que acepté su invitación, porque fue el único que se arriesgó a pedírmelo). Un año fuimos amigos, al año ya éramos novios. Nos casamos tres años después y... Aquí estamos, con tres hijos, dos perros y una gata...
Esa casa en donde nos conocimos era de este amigo que ya les conté anteriormente. Luego volvió de Nueva York y seguimos reuniéndonos allí y todo eso. Él estuvo en nuestra boda, los bautizos de los nenes... Hemos estado juntos, hemos crecido, por momentos dejamos de vernos, nos hemos hecho viejos y nos descubrimos más arrugas cuando nos volvemos a encontrar, seguimos oyendo a Pink Floyd y AC/DC, lo acompañamos al funeral de su hijo mayor... Esas cosas de la vida de la gente que ha compartido tantos años juntos. Y ajá, otra vez, siguen creciendo los hijos y un día la mayor descubre que le gusta dibujar, ilustrar, copiar logos, hacer garabatos y pasan meses, años, buscándole una buena clase de dibujo, de ilustración y finalmente la @kolondrina -quien al principio de la historia de nuestras vidas me caía mal y viceversa y que ahora es una de mis mejores amigas- y @27PM abren este taller de ilustración. Ajá y la inscribimos a la bichita...
Y entonces resulta que el taller de ilustración es en esa casa. Precisamente en la casa en la que mi consorte y yo nos conocimos. Y eso es bien extraño, ¿verdad? Porque de todas las casas de San Salvador, vino a ser exactamente en esa...
¿Y si la hija mayor conociera allí al amor de su vida?
Hay círculos que tienen una maña para cerrarse.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
A veces me pasa
que escribo con los ojos cerrados
sin mirar el teclado ni la pantalla
sin pensar
¿a ustedes no?
sin mirar el teclado ni la pantalla
sin pensar
¿a ustedes no?
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