sábado, 8 de septiembre de 2012

La vida es un círculo

que tiende a cerrarse demasiado rápido

Conocí a mi consorte hace 21 años. Exactamente el sábado 8 de junio de 1991. Él era un hippie con los jeans deshilados y barba de varios meses. Yo era una bichita medio nerd con tenis blancos y cintas de todos colores. Me habían invitado -sin querer- a una reunión -o fiesta o como quieran llamarla- de una vecina que ni siquiera era amiga mía -oh, sí, así eran las cosas en aquellos tiempos-. Era una fiesta de quince años en una casa del vecindario -la casa del vecino que se había ido a sacar una maestría a Nueva York, la cual era prestada todos los fines de semana por el amigo al que se la había dejado en custodia-, sí, ya estábamos un poco grandecitos para una fiesta de quince, pero como en todas las épocas históricas de veinteañeros aprovechábamos cada ocasión en la que se pudiera "beber" gratis.

El asunto es que allí estaba yo, sentada en una silla en la parte de afuera de la casa, junto a la puerta de entrada, cuando llego este "gringo" y me pidió prestada la silla. Ajá, para arreglar el foco de la calle que no encendía. Ajá, y 10 minutos después estábamos bailando merengue y salsa en la fiesta. (Les diré, nunca fue un buen bailarín. Creo que acepté su invitación, porque fue el único que se arriesgó a pedírmelo). Un año fuimos amigos, al año ya éramos novios. Nos casamos tres años después y... Aquí estamos, con tres hijos, dos perros y una gata...

Esa casa en donde nos conocimos era de este amigo que ya les conté anteriormente. Luego volvió de Nueva York y seguimos reuniéndonos allí y todo eso. Él estuvo en nuestra boda, los bautizos de los nenes... Hemos estado juntos, hemos crecido, por momentos dejamos de vernos, nos hemos hecho viejos y nos descubrimos más arrugas cuando nos volvemos a encontrar, seguimos oyendo a Pink Floyd y AC/DC, lo acompañamos al funeral de su hijo mayor... Esas cosas de la vida de la gente que ha compartido tantos años juntos. Y ajá, otra vez, siguen creciendo los hijos y un día la mayor descubre que le gusta dibujar, ilustrar, copiar logos, hacer garabatos y pasan meses, años, buscándole una buena clase de dibujo, de ilustración y finalmente la @kolondrina -quien al principio de la historia de nuestras vidas me caía mal y viceversa y que ahora es una de mis mejores amigas- y @27PM abren este taller de ilustración. Ajá y la inscribimos a la bichita...

Y entonces resulta que el taller de ilustración es en esa casa. Precisamente en la casa en la que mi consorte y yo nos conocimos. Y eso es bien extraño, ¿verdad? Porque de todas las casas de San Salvador, vino a ser exactamente en esa...

¿Y si la hija mayor conociera allí al amor de su vida?

Hay círculos que tienen una maña para cerrarse.

2 comentarios:

  1. Que interesante y bonita historia, ojalá la hija mayor conozca ahí al amor de su vida!!

    un saludo :)

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  2. Me parece poco probable que lo conozca allí. Pero sería interesante y conmovedor.

    Gracias por leer.

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