martes, 1 de noviembre de 2011

Hay días en que somos tan frágiles, tan frágiles*





















No sé ustedes, pero yo sí.

Un día uno se despierta y no importa el cielo azul, las nubes lindas, el viento de octubre, que más bien es de noviembre; ni todos los proyectos ni los sueños ni las ilusiones que se puedan tener: uno abre los ojos y odia al mundo. [Entiéndase por mundo a personas X que prometen y prometen y nunca cumplen, llevándose de encuentro los proyectos y sueños]

Y, repito, no importa lo poético que sea el día, uno al cielo lo ve gris, el café ahora sí está amargo, te vestís y maquillas de negro sin importar lo lindo del verano, no hay vestidito de color que valga.

En esos momentos de la vida, tan opacos y cortantes de la respiración, uno [con la experiencia que la vida le dio] no debe hacer otra cosa que quedarse callado, no vaya a ser que se profieran palabra que después pueden ser usadas en contra.

Quedarse callado y dejar que Bunbury, en su infinita sabiduría, hable por uno: "Te odio tanto que yo mismo me espanto de mi forma de odiar..." Para oír toda la belleza de esas palabras tan sabias puede ir aquí, no sé por qué, pero no puedo "embedear" el video.

El asunto es que Bunbury tiene una maña para decir las cosas que yo quisiera decir a veces: "No te preocupes por mí, soy como los gatos y caigo de pie. Y no me duele cuando me hacen daño."

Y así sucesivamente, infinitamente. Lo oscuro de toda la situación se va convirtiendo en canciones de Enrique Bunbury, o al revés. A saber.

* El título de este post es un verso del poema Canción de la Vida Profunda de Porfirio Barba Jacob, si lo quieren leer completo vayan aquí.

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