domingo, 15 de abril de 2012

Un raro dúo

















Lo conocí cuando tenía diecisiete años. Yo pasaba de los treinta. Qué relación más bizarra, podrán decir, pero lo que ha pasado siempre es que yo soy demasiado inmadura, y él, a esa edad, ya estaba trabajando como copy en una agencia. Sí, estaba en segundo año de la universidad... Cosas así.

No es que lo haya querido desde el principio, no es, ni siquiera, que me haya fijado en él y pensado "este va a ser mi mejor amigo de aquí a la eternidad", no, nada de eso. De hecho, él mismo alguna vez escribió:


"Flor no se acuerda de la primera vez que lo vio, ni la primera vez que lo saludó y ni se acuerda qué le escribió en sus tarjetas de feliz cumpleaños..."

La verdad es que nuestra relación ha sido de esas que se construyen con el tiempo, con las cosas triviales y la afinidades, es de esas que estaban hechas para SER. Nuestra relación empezó siendo de esas de escribir, de contarse las cosas, de reírse de las cosas tristes y llorar por las alegres. Todo empezó con un par de botas y los relatos a dúo...  Todo empezó con papeles amarillentos y probablemente las ganas de querer compartir con alguien la vida.

Con el tiempo, con tantos relatos que reescribimos juntos, con correos yendo y viniendo a Madrid, con tantos adioses que nos dijimos, con tantos holas, con tanta historia, con tantos ires y venires; él llegó a ser para mí la primera (en algunos casos segunda) persona en la que pienso cuando tengo alguna alegría o tristeza que compartir.

De allí, que nos convirtiéramos en Un Raro Dúo por todas esas afinidades, era de esperarse.

Flor:
Comienzo yo.
Me permito crear este espacio para los dos, porque nos gusta escribir, porque extrañamos escribir como lo hacíamos antes y el espacio entre los años que tenemos y los años que parecemos tener en realidad no existe, y cuando leo lo que usted escribe y usted lee lo que yo escribo interactuamos de manera extraña, mental, intelectual (pretenciosa), impredecible.

Somos un dúo raro, como dijo esa noche que íbamos a La Ventana y fuimos a subirnos a nuestros carros en el parqueo a un lado del Río Acelhuate. La contaminación pasaba a unos metros de nosotros y nuestros motores encendieron y ya adentro comenzó a llover.

El agua estaba limpia. Luego se iba a ensuciar.


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Soy la otra parte del dúo. Un poco cínica, según dicen. Un poco indescifrable, según otros. Pero prefiero pensar que mi franqueza algunas veces es mal interpretada o mal entendida. Aprendí a reirme de todo hace mucho tiempo, precisamente cuando entendí que no podía llorar por todo.

No soy tan rápida para escribir como vos, Miguel, que ya llenaste la página apenas en esta noche. Lo malo es que pienso demasiado cuando se trata de las palabras, ya sabés "tiene que tener", "debe haber", "mientras más lo pienso"... Todo eso que compartimos, que entre los dos entendemos.
Todo empezó con una botella de Agua Cristal llena de whisky y un par de botas negras de tacón alto. Nunca imaginé que aquellas botas fuesen a inaugurar esta amistad separada tantas veces y encontrada otras tantas. Algo nos une, aunque por leyes de la naturaleza y los convencionalismos sociales la brecha generacional tuviese que separarnos.

¿Qué es?



Dos años y medio pasamos llenando ese espacio de ideas, emociones, sentimientos, imperfecciones y narcisismos. Dos años y medio fuimos raros y fuimos dúo, dijimos todo lo que quisimos, a veces con remordimientos, a veces sin nada de él. 

Esa fue nuestra casa.

Esa la manera de conocernos más.

Hace un año, por diferencias "conceptuales" que no vienen al caso, el Raro Dúo se disolvió, nos "divorciamos". Y sí, probablemente yo tuve la culpa. Y sí, tuvimos momentos extraños. Pero no hay nadie en este mundo con quien tenga una conexión tan genuina como la que tengo con "Mi Miguelito". 

Por eso seguimos y seguiremos siendo un dúo de aquí a la eternidad.

Nota: este post tuvo que haber sido publicado el viernes 13 de abril, día del primer aniversario del divorcio del Raro Dúo... Por razones inexplicables vino a ser publicado hoy.

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