Y él será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, Salmo 1:3
Hace doce años -exactamente doce años-, era lunes y luego de varias vueltas en un taxi por la extraña, sombría, nublada y gris ciudad de Newark; íbamos en el busito que llevaba del hotel al aeropuerto.
Debo confesar que era mi primer viaje trasatlántico, que me separaba de mis dos hijos por casi dos semanas, que iba a estar en el avión algo más de trece horas; quizás por eso, pensé, siento esta angustia inexplicable de repente. Y la angustia se convirtió en ataque de llanto en pleno aeropuerto mientras hacíamos una cola de más de 2 horas con los 1500 compañeros del tour para que los poco “paranoicos” israelíes nos revisaran las maletas a uno por uno. No estuve en paz hasta que conseguimos unas monedas y logramos hablar a mi casa. “Tu papá está en el hospital”, me dijo mi mamá “Pero no te preocupés, yo creo que hoy mismo en la tarde sale”. En El Salvador era medio día.
Esta podría ser una historia larga, una historia casi sin fin de unos días llenos de historia, de tradiciones religiosas, del "Allah'u'Akbar" sonando 5 veces al día, de sinagogas y un mar interminable de tumbas al otro lado de la calle frente a Al-Haram ash-Sharif, del Mar de Galilea y una ciudad donde Jesús multiplicó los panes y los peces, de una muralla construida en un acantilado en donde el pueblo judío cometió el suicidio colectivo más grande la historia… Del lugar más bajo de la tierra conocido como Mar Muerto, cerca de donde se descubrieron los más de 900 "scrolls" entre los cuales estaban los textos de la Biblia hebrea.
De todo eso podría tratar esta historia, y sin embargo; por alguna razón más allá de lo que logro entender esta historia se convirtió en el calvario personal de estar a miles de kilómetros lejos de casa el día que murió mi papá.
Sí, murió este día, el 3 de abril de hace doce años; y por cuestiones de la distancia, de no saber cómo se llamaba desde Israel a El Salvador, falta de acceso a Internet o quién sabe cuántas razones más –incluyendo a mí mamá que decidió ocultarme la noticia vaya a saber por qué razón espiritual o religiosa-; supe de su muerte hasta cuatro o cinco días después, que coincidían con el famoso sabbath de los judíos en el que nadie realiza ningún tipo de trabajo, lo que significa que tampoco hay vuelos trasatlánticos y de ningún tipo.
Esa es la historia. Todo tristeza y descubrimientos. Todo llanto y sorpresas. Todo bonito y feo. Tres horas lloré en el cuarto de hotel hasta quedarme dormida. No conocí la famosa mezquita ni fui bautizada en el río Jordán con todos los demás excursionistas. Sí dejé una carta de despedida en el Muro de los Lamentos , sí me pregunté el significado de todo eso viendo bajar la neblina por la ciudad de Jerusalén esa noche de sabbath, viendo las ventanas de las casas apenas iluminadas por las luces del menorá.
Después, convencida por el guía espiritual del tour, terminamos el viaje tal y cual estaba planeado. ¿Qué sacrificio más grande podría hacer? me dijeron. Dios me había puesto allí por alguna razón que yo no me podía explicar... Y que ellos explicaban con un sencillo "es el plan de Dios".
Esa es la historia. Doce años después sé que aquella angustia que sentí en el carrito del aeropuerto era mi papá que se iba –murió una hora después de la llamada que hice a El Salvador-, se iba en silencio sin decirme adiós
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