sábado, 11 de enero de 2014

Hay días en que somos tan frágiles, tan frágiles...


Habré tenido doce años o menos cuando mi hermano -que habrá tenido dieciocho o menos- llegó con este poema de Porfirio Barba Jacob cortado en líneas... La idea de mi hermano era que juntásemos las líneas para reconstruir el poema. Sí, él era así de creativo e ingenioso -y lo sigue siendo, supongo-. Recuerdo que nos tuvo -creo que a mí y a mi hermana mayor- "armando" el poema por horas, no recuerdo si lo hicimos bien, lo que sí sé es que nunca se me olvidó y durante muchos momentos importantes y sin importancia de mi vida llega a mi cabeza como un recordatorio, siempre está allí para decirme que este día está bien

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

o que este otro día va a estar mal 


Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.


Y llega, solo llega el poema, subrayando los momentos, poniéndolos como en pausa, diciendo "ahora estás mal, pero mañana vas a estar bien", "la vida es así como una montaña rusa, sino, qué chiste tendría..."

Cosas así.

Cosas así me dice. Hoy, mientras corría hace unos momentos, mientras salía el sol entre los árboles y se colaba entre las ramas iluminando todo el camino y el paisaje; me dijo que la vida es clara, undívaga, y abierta como un mar. Eso me dijo. Y yo pensé que lo menos que podía hacer con semejante verdad y descubrimiento era venir aquí a la casa, y mientras me tomo el segundo café del día, escribirle esto.

Y lo hice. Lo hago.

El poema se llama Canción de la vida profunda y aquí se los dejo:

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener.

Y por si quieren saber un poco más, Porfirio Barba Jacob -poeta colombiano- vivió unos años en El Salvador y fue testigo del terremoto famoso de 1917 en el que San Salvador y Santa Tecla quedaron casi en el suelo. Él escribió una crónica-novela acerca de eso: El terremoto de San Salvador: narración de un superviviente, la que leí hace unos años. Se las recomiendo. Recuerden amiguitos: no hay nada mejor que saber.

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