miércoles, 11 de enero de 2012

Limbo

Luis Cernuda me gusta quizás desde la adolescencia o allá por los veinte años. En aquellos tiempos de enamoradita victoriana me encantaba repetir en mi mente "no es el amor quien muere, somos nosotros mismos..." Después, he repetido miles de veces sus poemas en mi cabeza "Te quiero, te lo he dicho con el viento..." "No decía palabras, acercaba tan solo un cuerpo interrogante..." Cernuda es un poeta triste, eso sí, para leer cuando el drama aqueja el alma, para torturar el alma con palabras.

Años después [es decir, ahora, en la época actual] descubro su poema, Limbo. Digamos que va a ser como el "tema poético" de este blog [hey, si hay temas musicales, pueden haber poéticos]



Limbo


                                                        
A Octavio Paz 

La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve),
parecía, no realidad, mas copia
triste sin realidad. Entonces,
ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.
Inhóspita en su adorno
parsimonioso, porcelanas, bronces,
muebles chinos, la casa
oscura toda era,
pálidas sus ventanas sobre el río,
y el color se escondía
en un retablo español, en un lienzo
francés, su brío amedrentado.
Entre aquellos despojos,
proyecto, el dueño estaba
sentado junto a su retrato
por artista a la moda en años idos,
imagen fatua y fácil
del diletante, divertido entonces
comprando lo que una fe creara
en otro tiempo y otra tierra.
Allí con sus iguales,
damas imperativas bajo sus afeites,
caballeros seguros de sí mismos,
rito social cumplía,
y entre el diálogo moroso,
tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron
la primera edición de un poeta raro,
y la he comprado", tu emoción callaste.
Así, pensabas, el poeta
vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.
Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.
Mejor la destrucción, el fuego.

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